Case no closed (Relato)

Case No-Closed


Se levantó con brusquedad de la silla antes de sentarse una vez más. Miró la hora y puso las manos en su cabeza. Estaba nervioso y eso no era lo más habitual en el inspector de policía Benedict Graves. 
Algo, en aquel nuevo caso que se le había presentado esa misma noche no le olía nada bien, a pesar de que aparentemente ya estaba resuelto. Dio un sorbo a su taza de té para tranquilizarse y miró más allá de las rejillas entreabiertas de la persiana de su despacho. Fue en ese momento cuando a su espalda apareció un hombre alto de unos treinta años, que relajadamente y sin mediar palabra se sentó enfrente del inspector. Ambos se miraron unos segundos y Graves comenzó: 

-¿Qué opinas sobre este nuevo caso? –Dijo intentando ocultar sus signos de nerviosismo.

-Bastante evidente, ¿no crees? –Respondió el otro sin inmutarse lo más mínimo. 

-Eso es lo que pensaba hace unas horas, pero ahora no estoy tan seguro… –El inspector se levantó de su silla meditativo, dando la espalda al otro hombre. Tal vez se equivocaba, pero tras numerosos años de experiencia su instinto le decía que la única forma de disipar sus dudas era avisando a su asesor, el hombre más brillante que conocía y que ahora tenía enfrente, capaz de resolver instantáneamente un caso como este. –Es que piensa por un momento -continuó-. Un anciano adinerado con cáncer de pulmón en estado terminal, aparece en la cocina de la residencia donde se hospedaba con un cuchillo clavado en la espalda y las huellas de la cocinera en él. ¿Su móvil? –Graves se dio la vuelta y miró a su asesor quien le escuchaba sin prestar demasiada atención. –, la cocinera era su sobrina y su única familia. Por lo tanto heredaría la fortuna de este cuando muriera. Por eso, en cuanto nos percatamos, mis hombres y yo arrestamos a la cocinera inmediatamente. Pero después me di cuenta de algo: ¿No es todo demasiado evidente? –Agachó la cabeza –Quiero decir, ¿Quién en su sano juicio asesinaría a alguien en estado terminal y que te va a dar todo su dinero, en el lugar que trabajas y con el cuchillo que utilizas para cocinar? –Volvió a sentarse –Ahora me pregunto si hemos hecho lo correcto…

-Si hay una cosa que debes tener clara, inspector, es que es muy difícil imaginar que con su complexión esa mujer haya podido apuñalar a su tío e introducir el cuchillo hasta el mango, a menos que nos fiemos del dicho las apariencias engañan. –Y puso una sonrisa de medio lado. –Aparte del revelador hecho de que ese hombre se suicidó.
Ante la incrédula mirada de su compañero, el asesor despreocupado, comenzó:

-¿Qué cómo lo sé? Saca tu teléfono móvil y pon la foto del cadáver del anciano –Graves obedeció y el otro continuó. -El cuerpo estaba rodeado de algunas gotas de agua, ¿no? Además, cuando llegasteis a la cocina, la temperatura era muy alta. Esto tiene una sencilla explicación: El viejo, un hombre inteligente y con acceso a la cocina, sacó de uno de los congeladores un cubo de hielo lo suficientemente grande como para hacerle un agujero e introducir el mango del cuchillo de su sobrina en él, de forma que el filo quedara en posición vertical. Luego, no tuvo más que subirse a alguna de las encimeras y precipitarse de espaldas contra su trampa mortal. La calefacción, que previamente había subido, haría el resto y en poco tiempo toda prueba de su truco desaparecería. Así, arrestarían a la cocinera sin dudarlo y por lo tanto, no podría quedarse con su herencia. –Volvió a sonreír.
El inspector pegó un brinco. Sabía que algo extraño ocurría en este caso y ahora gracias a su asesor, sus dudas se habían desvanecido:

-¡Entonces esa mujer es inocente! –Exclamó con un tono alegre en su voz –Voy a llamar ahora mismo a la central para que…

-No tan deprisa, Benedict –Le cortó. –Estoy convencido de que los asesinos como ella, deberían permanecer encerrados.

-¿Pero no acabas de decir hace unos segundos que el anciano se había suicidado? –Exclamó al borde del enfado. Ahora sí que no entendía nada. 

-¿De verdad tengo que explicártelo todo? –Dijo molesto. Fue entonces cuando las palabras comenzaron a salir de su boca a una velocidad vertiginosa –Está bien…Quiero que lo pienses por un momento: ¿Qué motivos tenía la víctima para inculpar a su sobrina, su única familia, de su muerte? Muy sencillo: él descubrió que si se estaba muriendo, era por su culpa. Sabemos que era ella misma quien le servía la comida, lo que pasa es que para enriquecerla le añadía un condimento especial: Arsénico, un veneno que puede provocar diversos tipos de cáncer, entre ellos el de pulmón. Y la víctima lo sabía. ¿No pusiste en el informe que el anciano ya había informado de sus sospechas, pero que nadie en la residencia le había creído? Al final no le quedó otro remedio que hacer lo que hizo para asegurarse de que arrestarían a su asesina. Si le tomáis una muestra al cadáver, estoy seguro de que encontraréis restos del veneno. Parece que tenía prisa por heredar. Ahora…Benedict ¿todavía quieres llamar?

Graves se quedó perplejo. Su amigo le había vuelto a sorprender. 

-Bueno, si no necesitas nada más, me marcho. Ya me contarás cómo va el juicio...

Y sin más dilación, su asesor, su inconsciente, su brillante capacidad deductiva que solo aparecía cuando más la necesitaba, se desvaneció como si de polvo se tratase una vez resuelto el caso.

Por Lucía Pérez Quintanar
19/03/2014
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